domingo, 28 de febrero de 2010

La tarea del poeta: reflexiones sobre la poesía de Rubén Bonifaz Nuño (Sarli Mercado)

“Llega fácilmente el dolor; atiende…” y “Para los que llegan a las fiestas…” de Los demonios y los días  (1956) o “Algo se me ha  quebrado esta mañana” de Fuego de pobres (1961) son algunos de los poemas que han marcado mi lectura de la poesía de Rubén Bonifaz Nuño.   Versos que evocan, no el amor de la pareja —tema recurrente en su poesía— sino el dolor, la injusticia y  la angustia del ser humano al igual que la ansiedad del poeta que los nombra.  Puede ser que se trate de, como señala Sandro Cohen en el prólogo de la Antología, otra manera de invocar al amor, aquel que desde la perspectiva de la cábala o de la mística amorosa es el amor fraterno o social (10).  Si leemos detenidamente versos como los del poema “Llega fácilmente el dolor; atiende…”(49) nos encontramos no ante una representación del dolor físico cualquiera, sino ante el dolor existencial, aquel del que padecemos todos, ¿acaso sin excepción?:

Llega fácilmente el dolor; atiende
el primer llamado que le hacemos.
Para que el dolor nos toque, es bastante
con dejar caer las manos,
y pensar en algo y querer tenerlo.

Y con qué dureza nos aprieta
después el dolor, con su mano sorda;
nos dobla los hombros, nos empuja
siempre más adentro de donde estamos,
y ya no es posible escapar, y nada
nos queda sino aguantar en silencio.  (énfasis añadido, vv 1-11)


Porque no podemos todavía
dar o recibir sin hacer daño;
nos falta humildad y trabajo; fuerza
para no negar que somos débiles. (vv 41-44)

Es este el dolor que sentimos ante la derrota, el que apunta a nuestros más íntimos deseos negándolos, el que doblega nuestra ser y del cual no podemos escapar.  La personificación del dolor con su “mano sorda” que nos “toca”, “aprieta”, “dobla” y “empuja” le permite a Nuño crear una imagen de este que apela tanto a nuestras sensaciones físicas como psíquicas señalando así su realidad e inminencia. Al convivir con el dolor somos también parte de él, y esto es lo que Nuño nos hace ver: somos nosotros mismos los que también creamos o causamos ese dolor en el otro aquel que también es un nosotros, un yo.  La postura ética de Nuño consiste incluso en hacernos tomar conciencia o en crear en nosotros una responsabilidad por la condición de nuestra sociedad contemporánea marcada por la violencia, la pobreza, el abuso de poder y la muerte.  Es por esto que el poema concluye apuntando a la “humildad” y al “trabajo” como las cualidades de las que aún carecemos.
            La invitación al ejercicio de introspección que nos propone Nuño aparece de manera más enfática en el  poema “Algo se me ha quebrado esta mañana”(75) en cuyos versos se configura un yo que auto-cuestiona su ser y sus circunstancias. Como he mencionado en mis comentarios anteriores dedicados a la elección de este poema, de estos versos surge una suerte de espejo cóncavo en el que se refleja el yo, tanto del poeta como del lector, un encuentro “cara a cara” con nosotros mismos, con el que “vive dentro”. Cito las dos primeras estrofas y la final:

Algo se me ha quebrado esta mañana
de andar, de cara en cara, preguntando
por el que vive dentro.

Y habla y se queja y se me tuerce
hasta la lengua del zapato,
por tener que aguantar como los hombres
tanta pobreza, tanto oscuro
camino a la vejez; tantos remiendos
nunca invisibles, en la piel del alma.

….

Escribo amargo y fácil,
Y en el día resollante y monótono
De no tener cabeza sobre el traje,
ni traje que no apriete,
ni mujer en qué caerse muerto.

Con un lenguaje claro y sencillo con cierto tono coloquial (“se me tuerce hasta la lengua del zapato”, “ni mujer en qué caerse muerto”), Nuño nos presenta un yo en crisis, exhausto, ¿roto?, frente a la pobreza en la que vive y habitan “los hombres” y “el alma”, una pobreza creadora del hambre, la miseria, y el dolor, el escenario en el que participamos todos y no sólo como testigos. “Escribo amargo y fácil” nos dice en los versos finales para recordarnos que ésta es también la voz y la angustia del yo poeta.  Su tarea, sin embargo, no consiste sólo en señalar la carencia de los humanos; el poeta escribe también a favor de la esperanza y de nuestra perseverancia. En palabras de Bonifaz Nuño:  

…para  los que quieren mover el mundo
con su corazón solitario,
los que por las calles se fatigan
caminando, claros de pensamiento;
para los que pisan sus fracasos y siguen;
para los que sufren a conciencia porque
no serán consolados,
los que no tendrán, los que pueden escucharme;
para los que están armados, escribo. 
                                               
Con estos versos que cierran el poema “Para los que llegan a la fiestas” (45), Nuño hace de la poesía un lugar para los que luchan y persisten en soledad, ante la derrota, la pobreza o el desconsuelo; porque, como sugieren los versos, hay que poner el corazón, fracasar y seguir, armarnos de valor y de claridad de pensamiento para mover y cambiar nuestras circunstancias, nuestro mundo y el mundo de los demás[1].


[1] Como diría Miguel Hernández en su poema “El mundo es como aparece”

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