martes, 23 de febrero de 2010

Un poema de Rubén Bonifaz Nuño, por David García

Esta noche de trenes,
de poblaciones emigrando,
de corporales sueños, de violadas
respiraciones en la arena
movediza del viaje, lo recuerdo.
(Fue, tal vez, necesario el incipiente
amor; callar a solas con extraños,
y las cosas más tiernas,
mientras la boca se endurece
y una crecida barba, de cadáver
reciente, me prolonga.)

Y sin embargo, cuántas veces
te habrán reconocido; por los ojos,
o por la ausencia que dejaste;
por el cabello sobre el hombro, al irte,
y el andar que descubre lo que eras.

Pues sé que nos pusieron,
al nacer, otro nombre, y un camino
que recorrer, y un tren para el camino.

Un tren sonámbulo que huye,
en dirección opuesta, irreversible,
de los que cruzan ya perdidos;
por un saludo heridos ya de muerte,
marcados para siempre, señalados;
buscadores de un signo en la mazorca
muchedumbre de rostros.

Y todo esto sin falta, aconteciendo;
todo pasando,
todo viniendo y alcanzando y yéndose.

Amiga, no me olvides; no me olvides,
amigo; no te pierdas, espérame.

Como a la máscara del baile,
vengo de lejos a ocupar mi cara;
por detrás y en silencio, a mis balcones
lacrimales, al sabor de mi boca,
al olor de las cosas que esperabas.

Estoy sin tierra firme; estoy saliendo,
a donde quiero, de estas últimas
lentas horas de viaje que termina;

sombra larguísima, pantano
de silbatos, de ruedas que repiten
su palabra distinta a cada uno;

estaciones mendigas, como fechas
alumbradas apenas, donde duele
lo que se aprende dormitando.
No me olvides, espérame.

Yo, el de las cartas sin destino;
el de palabras no creídas,
el que siembra en lo oscuro, te lo pido.



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He escogido este poema porque, a mi parecer, representa muy bien el ritmo poético que Rubén marca a lo largo de buena parte de su obra. La palabra de Rubén es lenta, como han apuntado estupendamente otros compañeros, es como un río que se detiene en miles de pequeños meandros, formando una geometría que sólo se intuye tras recorrerlo mil veces; 
me interesa mucho su contención, su aparente "tranquilidad" en la expresión... es la antítesis a la poesía de Idea Vilariño, todo sangre, ¿verdad? Rubén va construyendo su tono poco a poco, aportando variaciones pequeñas, sutiles, en cada estrofa y utilizando magnificamente esos pequeños requiebros métricos para captar tu atención y guiarte por el poema. A mí, personalmente, me encanta la resonancia de los eneasílabos, me parece que pueden llegar a tener un equilibrio rítmico ideal, y este poema es un ejemplo maravilloso de ello. 
El ritmo métrico es indistinguible, con todo ello, del tono semántico del poema, un canto pequeño al tiempo, al tiempo de la memoria y una rebelión personal contra el olvido. Un poema necesario, un poema en el que, despacio, utilizando esas "armas" clásicas que maneja como nadie y que ha sabido trasladar a la poesía actual sin que suenen rancias, Rubén deja entre líneas la esperanza del instante eterno. Un saludo a todos, y disculpad también por la tardanza.

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