miércoles, 24 de marzo de 2010

Mi lectura de "La pura verdad" de Francisco Urondo, por Marisol Villarrubia

“La pura verdad”. El título del poema de Francisco Urondo es en sí mismo el preludio del propio poema y del poeta. Ya desde la filosofía antigua, pasando por los teólogos medievales como Santo Tomás hasta alcanzar la Edad Moderna, se ha debatido sobre el sentido del término “verdad”. Me quedo con la idea de Kierkegaard sobre este concepto, porque me parece que encaja con la imagen de “la verdad pura” que nos transmite Francisco Urondo. Kierkegaard nos habla de la verdad como algo en el ser humano que está ocurriendo continuamente, una verdad difícil de separar de la experiencia subjetiva de la propia existencia, definida por unos valores y una esencia fundamental que consiste en un modo de vida. Cuando Urondo nos presenta “la pura verdad”, nos presenta su propia esencia, a sí mismo, su vida hacia el interior siempre en un constante proceso. Su poema nos acerca a sus valores, su moralidad, su espiritualidad de una manera “pura”, limpia, transparente, sin tapujos. Los versos nos van descubriendo una reflexión sobre su vida y una autoevaluación que se despliega por distintos momentos de su existencia (“juventud/ madurez”) compuesta por aciertos y equivocaciones de los que el poeta es consciente y por los que sabe “que futuro y memoria se vengarán algún día”. El poeta que se descubre hombre deslumbrado por lo material -como la mayoría de los seres humanos-, por la “fama y dinero; bajas pasiones”, es el hombre que sucumbe a lo mundano y placentero, tanto que “vive deslumbrado” y se deja llevar por el “destino”. Ese hombre que sin embargo, es poeta y que “vive en el corazón de una palabra”. Dos versos iniciales sellan esta “confesión” como si el poeta solicitara al mismo tiempo la “absolución”: “si ustedes me lo permiten/ prefiero seguir viviendo”. No menos significativa es la conclusión que parece llevarnos de la petición de indulgencia, a la aceptación de la “pura verdad”, su existencia, que no es otra cosa que el reconocimiento de que “la vida es lo mejor que conoce”. Este poema parece conectar con la lectura que Juan Gelman hizo de la poesía de Francisco Urondo: “una ética que nace de la estética, algo rarísimo y precioso”, en cualquier caso, la fusión del hombre con el poeta; del mundo con la poesía; de las cosas materiales con las palabras...

Aprovecho mi intervención para hacer una propuesta a otro colega del Taller: “Milonga del marginado paranoico”, “No puedo quejarme” o “Muchas gracias”  (poemas póstumos de Francisco Urondo).

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