lunes, 3 de mayo de 2010

Mi lectura de José Ángel Valente por Marisol Villarrubia.

Quisiera hacer mi última aportación al Taller de Lectura Poética, en primer lugar, dando las gracias a Juan Gelman por sus palabras e intervenciones durante estos meses. También a él y a Jesús Cañete por haber creado este taller para gozar de la poesía y comentarla en un contexto bien distinto al académico, donde hemos podido ir aportando nuestras sensaciones y pensamientos. A los compañeros del taller por compartir en el foro sus ideas e impresiones.
Con Idea Vilariño descubrí una poesía desgarradora, dolorosa y llena de angustia en la que amor y dolor, como en la misma vida, se conjugan con una perfección sobrecogedora.
En Rubén Bonifaz encontré la esencia del ser humano: el hombre como ser temporal y efímero que se aferra a su ser y lucha, porque es en esa esencia y en esa lucha donde toma sentido su existencia por eso, creo que el poeta escribió: “vale mucho más sufrir que ser vencido”.
Con Francisco Urondo el existencialismo se convirtió en un examen de conciencia. Nos acercó a su verdad limpiamente, casi sin artificios poéticos. A través de sus versos contemplamos las reflexiones del poeta pero también del hombre, de su lado más espiritual pero también del más mundano y terrenal.
El último poeta, José Ángel Valente tampoco me ha defraudado. En los siguientes versos también encontramos la huella de un poeta obsesionado con la existencia.

Cuando ya no nos queda nada,
el vacío de no quedar
podría ser al cabo inútil y perfecto.

Como vemos, la existencia termina por descubrirse como “la nada y el vacío” donde se halla lo “perfecto” y por tanto, lo “inútil”. Al final de la existencia material del ser humano no queda nada, lo único que perdura en ese “vacío” existencial es precisamente aquello que nos pareció más inútil por no poderse comprar o vender, de ahí su verdadero valor, de ahí su perfección.
De todos los poemas que he leído de Valente, el que sin duda me ha emocionado más, es su poema Consiento:

Debo morir. Y sin embargo, nada
muere, porque nada
tiene fe suficiente
para poder morir.
No muere el día,
pasa;
ni una rosa,
se apaga;
resbala el sol, no muere.
Sólo yo que he tocado
el sol, la rosa, el día,
y he creído,
soy capaz de morir.

En sus versos y en sus imágenes juega con la ambivalencia. El mundo es una cosa pero puede parecer otra según quién interprete los hechos. El día, ¿muere o se pasa? Y la rosa, ¿muere o se apaga? Y el sol, ¿muere cada día o resbala por el horizonte hasta que desaparece? La verdad radica en que sólo el que “ha tocado el sol, la rosa y el día y ha creído, es capaz de morir”. Maravillosa manera de describir la existencia y su declive: sólo el que ha vivido plenamente y tiene conciencia de su existencia, tiene la “fe” suficiente para ser capaz de morir, es decir, de abandonarse al vacío y la nada de la inexistencia.
Creo que el siguiente poema, Materia, está en la línea de lo que hemos visto en los cuatro poetas del Taller, que han intentado convertir la palabra en una materia capaz de “decir lo que no pueda”: la existencia del ser, las emociones y el amor que se materializa en las cosas que nos rodean y que los poetas intentan transmitirnos en imágenes, como si fuera posible recoger en poemas, versos y palabras aquello que es imposible expresar por inefable.

Convertir la palabra en la materia
donde lo que quisiéramos decir no pueda
penetrar más allá
de lo que la materia nos diría
si a ella, como un vientre,
delicado aplicásemos,
desnudo, blanco vientre,
delicado el oído para oír
el mar, el indistinto
rumor del mar, que más allá de ti,
el no nombrado amor, te engendra siempre.

Me despido de todos. Siento no poder estar en el acto de clausura compartiendo poesía y sentimientos. Un saludo desde Inglaterra, Marisol.

1 comentario:

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.