lunes, 28 de diciembre de 2009

De la noche al discurso amoroso de Idea Vilariño: REFLEXIONES I y II. (Sarli E. Mercado)

                                                 Reflexiones I.
                                          "Ella cierra los ojos"


¿Y no he intentado acaso pronunciar hacia atrás 
todos los alfabetos de la muerte? 
¿No era ese tu triunfo en las tinieblas, poesía?
"En el final era el verbo", Olga Orozco


Idea Vilariño (1920-2009), poeta de palabras que tiemblan, rasgan y paralizan, nos ha dejado una obra poética que nos invita a explorar con ella obsesiones recurrentes, cuestionamientos a los que acudimos sobrecogidos por su familiaridad y quizás cercanía. Así, en esta mi primera incursión en su poesía, el instante (poético), una de las propuestas iniciales de Vilariño, ha dirigido mi lectura de sus primeros poemarios, desde La suplicante (1945) hasta Nocturnos (1955).  ¿Puede ser el instante, ahí donde el acto poético se logra como la expresión de experiencias de desolación, dolor, vida, amor,  muerte o del misterio de la palabra misma, la experiencia poética que le permite a esta poeta colocarnos ante un lenguaje que explora sus propios límites?  Mi breve lectura se formula sobre todo desde la pregunta y la reflexión, a fin de mantener el diálogo (íntimo) que con el lector ha iniciado la poeta en su obra.

Signada por la presencia de otras voces, las de posibles precursores con las que también dialoga, la poesía de Vilariño se arma como una suerte de caja de resonancias en cuya lectura se escuchan los ecos de la mística española (San Juan de la Cruz, Santa Teresa), la lírica del Siglo de Oro (Góngora) hasta la poesía modernista latinoamericana (Julio Herrera y Ressig) entre otras tradiciones poéticas y artísticas. Estos son ecos articulados como la exploración del conocido topos del paso del tiempo que tanto obsesionó a los poetas del siglo XVI y XVII, o como una expresión persistente de deseo por la muerte como posible fin al dolor o al tormento que significa la vida (terrenal) que declaraban poetas como Santa Teresa.  Sin embargo, en la poesía de Vilariño se trata de una muerte sin la esperanza de una unión del alma con Dios que expresaba el pensamiento místico que surge con el cristianismo humanístico renacentista.   Así lo leemos en el poema “Ella cierra los ojos” de Cielo Cielo (1947) en el que la figura femenina que construye Vilariño rompe la imagen idealizada de la amada perfecta que sale en la noche en busca de su amado; más bien se trata de un ser cuyo estado de demencia se compagina con un número de descripciones físicas y emotivas, de detalles e imperfecciones que la hacen más que eterna, humana:
Romántica
cabellos de azafrán y ojos de duelo
toda tormenta y gris. Estaba loca.
Camino de la noche la marea
o camino del alma la inmolada
la sin luz la de amor la desolada
camino del candor la estremecida
la que odia y consiente
la que busca y no encuentra
el gusto aquel iluminado
aquella sed del aire
devorada la noche mirada devorada
incomprendida y rota
amante amando sin sonrisas. (énfasis añadido vv 1-14)
La presencia de la noche como la de la figura femenina que trazan estos versos, de clara referencia al poema “Noche oscura” de San Juan de la Cruz como también a las pinturas prerrafaelitas del siglo XIX que la apertura del poema logra, son algunos de los elementos con los que Vilariño va a construir en su lírica una voz propia. La noche, marca temporal a la que la poeta vuelve incesantemente en múltiples poemas, fija el instante en el que habita esta voz y es la que la identifica.  Al igual que en los versos de San Juan, en “Ella cierra los ojos”, la noche es el contexto en el que se desplaza, no la amada, sino la “amante” de Vilariño, giro lingüístico con el que la poeta hace de esta figura femenina un sujeto con agencia, más que el objeto pasivo receptor (del amor).  Configurada así y en signo negativo —“la loca” “la sin luz”, “la desolada”, “la que odia y consiente”, “incomprendida y rota”— la amante hace de su negatividad una suerte de ausencia y vacío y por lo tanto también de oscuridad, al igual que la noche que transita.  Y en el verso: “devorada la noche la mirada devorada” (énfasis añadido), eco del verso sanjuanista, “amada en el Amado transformada”, la noche y la mirada o la amada aparecen puestos en paréntesis. No obstante, serán sobre todo los elementos de la versificación, desde la aliteración, el ritmo a la rima interna, los que establecerán a la noche y a la “amante” como una sola idea (¡Vilariño, por supuesto!). 

Acaso la noche y/o la amante del poema sean también la palabra poética, la acción o búsqueda del lenguaje para expresar el misterio del amor, la pasión y el dolor que esta implica, o la inminente experiencia de la muerte, enigmas múltiples de la vida.  Vilariño nos coloca entonces ante la pregunta, ante interrogantes que hacen de la duda la clave de gran parte de su lírica.  En los versos finales, la pregunta será la que nos conduzca de nuevo al instante que es también el poema: “Cómo entrar a ese tiempo sosegado / tocarle el corazón decirle amado / sustituye tu nombre busca el oro / tocarle la mirada desatarle / horas sin prisa y días desmedidos” (vv 17-21).  El poema puede leerse así como tiempo detenido y sin medida, el “amado” que se desea habitar, nombrar, tocar y desarticular, todas acciones que lo convierten en un evento y que se logran sólo en el instante poético mismo. 

El constante transitar por la noche “oscura” que ofrece Vilariño en este poema y a lo largo de gran parte de su poesía, aparece desde “Verano”, primer poema de La suplicante, donde la voz poética la define como “… oro imposible de comprender, un acabado / silencio que renace y se incorpora” (53), una definición que hace de la noche un deseo irrealizable y continuo. Asimismo, en “El que come noche” de Cielo cielo (1947) la noche además de deseo es el canto del ser humano, canto que devora y resiste (64); y en el último poema de Por aire sucio (1950) versos que llevan el mismo título, Vilariño citará a Herrera y Ressig para presentar a la noche como símbolo de la muerte, como “ese muro glacial donde termina la existencia” con el que concluye además el poema (80). Será, sin embargo, en la intensidad de sus Nocturnos (1955) donde la noche adquiera más relevancia y dominio; ejemplo son los poemas como: “Ven” (89), “Noche de sábado” (90),  “Noche desierta” (94), “Si muriera esta noche” (95), “Cerrada noche humana” (100), “La soledad” (106),  “Noche sin nadie” (109), “La noche” (124) y “A la noche” (115) donde escribe: “Inútil estrellar /colmena enloquecida / dame tu soledad/ tu eternidad helada/ tu tinta ciega… / dame el agua violenta de tu pozo / tu abismo tu ceguera / tus horrores / dame la soledad / la muerte el frío…”. Se cumple aquí la obsesión por enunciar todas las posibles maneras de concebir la muerte, el ser y la poesía misma. Así lo señalan los versos del epígrafe de Olga Orozco, poeta contemporánea de Vilariño con quien comparte indagaciones de orden ontológico y estético, con formulaciones metafísicas y una suntuosa visión que “no ignora la sombra que la recorta”, la cual pasa por la conciencia de la agonía y de la dicha como por “el escenario de la pérdida y el goce” (J. Ortega).

“Ella cierra los ojos” es una búsqueda más allá de la mirada, un tiempo detenido en la meditación poética, y sobre todo una celebración de la palabra que el diálogo con otras voces y tradiciones poéticas Idea Vilariño ha creado en el ámbito de la lírica. 

Bibliografía
Orozco, Olga. Obra poética. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 2000.
Ortega, Julio. "Olga Orozco, hechicera" Intervenciones. diciembre 14, 2009
http://blogs.brown.edu/project/ciudad_literaria/2006/02/olga_orozco_hechicera.html
Vilariño, Idea. Obra completa. Barcelona: Lumen, 2008.


                                                         Reflexiones: II. 
                                     El discurso amoroso de Idea Vilariño: 
                                             en beneficio de la duda. 




                      Contra viento y marea el sujeto afirma el amor como valor. 
                             Fragmentos de un discurso amoroso. Roland Barthes

Quiero orientar estas reflexiones en una de las propuestas que nos ha hecho Juan Gelman para abordar la poesía de Idea Vilariño (1920-209) o la poesía en general: lo inefable como búsqueda poética.  En sus palabras: la poesía como el acto de “nombrar lo que no tiene nombre todavía, hable de lo que hable” el poema. Para ello podríamos recurrir a algunos poemas en los que Vilariño nos presenta temas existenciales y universales como el amor, la soledad, el deseo, la esperanza, la vida y la muerte, pero también a poemas donde nos confronta con otros como la impotencia, el miedo, el odio, la ceguera, y la duda. Se trata por lo tanto de leer su quehacer poético sobre todo como una indagación en la palabra y en la experiencia de la escritura de la cual surge el canto, la voz, una voz que no calla o se intimida, sino que habla y nombra.
 De su poemario Poemas de amor (1957 ), me interesa comentar sus poemas/cartas “Carta I”, “Carta II” y “Carta III” en los que fusiona lírica y epístola para crear un discurso poético amoroso que articula la voz de un yo lírico enamorado/a, como también los poemas “Ya no” y “O fueron nueve”, versos “sencillos” (como llamara José Martí a los suyos) con los que Vilariño se instala en una importante tradición poética, la de la poesía amorosa. Pertenecen a esta tradición poetas como Safo, quien hace de la experiencia amorosa la construcción de un mundo femenino en el que se une lo terrenal y lo divino (al dirigir sus versos a la diosa del amor, Afrodita); o los poetas provenzales para quienes el deseo amoroso significa su razón de trobar (Agamben, 108-109); y poetas como Sor Juana Inés de la Cruz, quien al igual que sus contemporáneos (entre ellos Quevedo), “no pretende expresarse a sí misma, sino que construye objetos verbales que son emblemas o monumentos que ilustran una visión del amor transmitida por la tradición poética” (Paz, 370).  Es en esta práctica poética donde se pueden ubicar los poemas de amor de Idea Vilariño y la que le permite incluso nombrar la experiencia amorosa tanto desde la intimidad y la cotidianidad de la esfera doméstica como desde el deseo, la incertidumbre y la incapacidad.
Un yo desolado, ansioso que habita en el recuerdo, en el deseo y espera constante del ser amado figura en los poemas de amor de Vilariño.  Será éste el que invoque al amor en los poemas antes mencionados, un yo que además ocupa el espacio doméstico atareado con acciones cotidianas al parecer insignificantes: “ando por casa”, “Y cierro las ventanas”, “apagando las luces / guardando los vestidos” (“Carta I); “estiraré la colcha /me pondré el traje negro y me pasaré el peine” “Iré a cenar /es claro” (“Carta II); “Cierro entonces la puerta… /con los ojos desiertos/ miro sin ver …la pared.” (“Carta III); “ya no.. criaré a tu hijo/ coseré tu ropa” (“Ya no).  Las referencias a las tareas domésticas y habituales que Vilariño introduce en el discurso amoroso ofrecen un punto de vista menos idealizado de la experiencia del amor, uno más cercano a un mundo femenino o del espacio en el que se esperaba que ocupara la mujer, acaso no sólo en la época en la que escribe (1952).  Y será este punto de vista el que hace de Idea Vilariño sino precursora, parte de un movimiento literario femenino, de cierta literatura escrita por mujeres que incluirá la experimentación, la ironía, la sátira, el lenguaje rural o urbano entre otros elementos para proveer su perspectiva de la maternidad, la sexualidad, del erotismo, re-significando incluso la esfera doméstica.  Así lo hace aquí la poeta uruguaya, al articular con esta esfera un canto al amor, un poema[1].  Los gestos y los objetos de los versos citados que configuran la cotidianidad del espacio privado de la casa cobran aquí otro sentido; intrínsecos al yo de la persona enamorada dejan de ser cosas y acciones comunes para adquirir un especie de aura poética y formar parte del amor mismo.  El amor expresado aquí es también guardar vestidos, cenar, peinarse, criar hijos, coser la ropa, etc; es decir, rutina (casera u hogareña), una experiencia más que sublime, humana.    
Por lo tanto, el amor del que canta la persona poética de Vilariño no es el épico, el de las grandes hazañas heroicas dispuesto a todo para lograr estar con el ser amado, —como lo fue el amor cortés creador de una gran parte de la literatura medieval—, o el amor hiperbólico sobre el que cantaron poetas como Sor Juana Inés de la Cruz (la ventrílocua) que con voz masculina y con su “retórica del llanto” le entregaba segura de convencer a su lector/a, amado/a, imágenes metafóricas de un “corazón desecho entre [s]us manos”.  En Vilariño estamos, por el contrario, ante una voz que profesa un amor incapacitado, una que pone en duda el motivo mismo que la mueve.  Dicen los primeros versos de “Carta I”:
Como ando por la casa
diciéndote querido
con fervorosa voz
con desesperación
de que pobre palabra
no alcance acariciarte
a sacrificar algo
a dar por ti la vida
querido
a convocarte
a hacer algo por esto
por este amor inválido. (vv 1-12 énfasis añadido)
En la intimidad y lo privado que la fusión entre verso y epístola provee a esta voz, será la palabra “querido” (la apertura de una posible carta de amor), la que convoque al ser amado; y esta palabra, además, se repetirá a lo largo de los versos a fin de afirmar el acto continuo del decir: “diciéndote querido”, “digo querido” (vv 2, 13, 24, 41). El decir y la palabra, los elementos que van dando forma al texto amoroso e identidad y presencia a este yo enamorado, son paradójicamente los que ponen en duda su autoridad convocatoria y su capacidad para el sacrificio a favor del amor. Impotente, este es un amor “inválido”, para citar el único epíteto que Vilariño incluye en todo el poema al nombrarlo, y que al hacerlo rompe con su imagen —sublime, sino divina (Eros)— de la cual se han construido grandes relatos de amor. El amor, dios de la belleza, de la fertilidad, del erotismo, la energía liberadora, aparece en el discurso amoroso de Vilariño como uno no apto para las grandes acciones, no válido, discapacitado, lisiado, endeble, ¿caduco? ¿Quizás por eso la voz poética prefiera, “contra viento y marea” —en palabras de Barthes— hacerlo valer, triunfar y permanecer en el un presente detenido, en el instante idílico de unión con el objeto del deseo, con el amado? Así lo va a articular la poeta en los versos que le siguen a la cita anterior y que hablan de esa unión de miradas y de cuerpos como un éxtasis “de vida o muerte” (un éctasis que la mitología clásica recoge en Eros y Tánatos)  (vv 13-23).
Desprovisto de futuro, como un continuo deshacerse en un “Ya no” que separa al yo del tú —“Ya no soy más que yo para siempre y tú/ ya/ no serás para mí/ más que tú”(vv 21- 25) — el amor se alimentará de aquello que es parte del recuerdo o la memoria: la duda.  En ella, la experiencia amorosa se convierte sólo en posibilidad, pasada o futura, como lo va a expresar Vilariño en “O fueron  nueve”. Cito todo el poema:
Tal vez  tuvimos sólo siete noches
no sé
no las conté
cómo hubiera podido.
Tal vez no más que seis
o fueron nueve.
No sé
pero valieron
como el más largo amor.
Tal vez
            de cuatro o cinco noches como ésas
            pero precisamente como ésas
            tal vez
            pueda vivirse
como de un largo amor
toda una vida. (énfasis añadido) 
Si hay alguna certeza en esta concepción del amor, es la de haber vivido la experiencia amorosa como un encuentro fugaz que paradójicamente valdrá “como el más largo amor”; el resto queda relegado a la probabilidad, de ahí el hincapié en la anáfora del “tal vez” en los versos del poema. El poema además concluirá poniendo de relieve
un distanciamiento de la experiencia misma—de las “cuatro o cinco noches como ésas”— con la persona poética que habla al presentarla desde una perspectiva impersonal (gramaticalmente hablando): “tal vez /pueda vivirse como de un largo amor toda una vida” (énfasis añadido). Escritos en beneficio de la duda, los versos de Vilariño figuran un amor que sólo logra permanecer en el éxtasis de su creación misma, ¿acaso en el instante poético? Al igual que los poetas provenzales quienes nombraron amors al advenimiento de la palabra poética haciendo del deseo amoroso su razón de trobar como afirma el filósofo italiano Georgio Agamben, Vilariño nos coloca ante su concepción del amor no sólo como una mera experiencia física y emotiva sino como el motor de un discurso que explora distintas modos de representarlo, de vivirlo, de nombrarlo.
 Como en un prisma, la duda será la propuesta filosófica que Vilariño traza con múltiples formas en su obra a fin de nombrar nuevas y múltiples nociones del amor, del deseo, de la vida; la que le permitirá seguir cuestionando e indagando desde la palabra y la experiencia: lo inefable.  Concluyo entonces con estos versos que incluye en el último poemario de su Poesía completa, No (1980):  




            45

Como el que desvelado
a eso de las cuatro
mira con ojos triste
a su amante que duerme
descifrando la vieja eterna estafa.



             4

Quiénes somos
qué pasa
qué extraña historia es esta
por qué la soportamos
si es a nuestra costa
por qué nos soportamos
por qué hacemos el juego.  





Bibliografía:
Agamben, Georgia. “El lenguaje y la muerte. Séptima jornada”. Teorías sobre la lírica.
Ed. Fernando Cabo Asguinolaza. Madrid: Arco libros, 1999. 127-156.
Barthes, Roland. Fragmentos de un discurso amoroso. (1977) Trad. Eduardo Molina.
Madrid: Siglo XXI editores, 1997.
Cruz, Sor Juana Inés de la. Obras completas. Ed. Alfonso Méndez Plancarte. México:
Fondo de Cultura Económica, 1951.
Paz, Octavio. Las trampas de la fe. México: Fondo de Cultura Económica, 1982.
Vilariño, Idea. Obra completa. Barcelona: Lumen, 2008.



[1] Me refiero aquí a un gran número de poetas mujeres latinoamericanas de las generaciones posteriores a la de los cuarenta o cuarenta y cinco. Entre ellas, las peruanas Carmen Ollé (1947- ) autora de Noches de adrenalina (1981), Patricia Alba (1960- ) y Rocío Silva Santisteban (1963- ); de Centro América las poetas revolucionarias como Daisy *Zamora (1950- ) autora de Fiel al corazón. Poemas de amor  (2005), Michele Najlis (1946- ) quien escribió Cantos de Ifigínea (1991) o muy conocida Gioconda *Belli (1948- ); de Costa Rica Eunice Odio (1922-1974) y Carmen *Naranjo (1928- ); Claribel *Alegría (1924- ) de El Salvador; las Chilenas Carmen Berenguer (1946) autora de Sayal de pieles (1992), Gloria Berríos (1954- ), Eugenia Brito (1950- ) y Teresa Calderon (1955- ); de la Argentina escritoras como Luisa Futoransky (1939) autora de gran número de poemarios entre ellos Seqüana Barrosa (2007) o la novela El Formosa (2009), Alicia Borinsky (1954) quien ha escrito entre otros poemarios y novelas, los poemas de Frívolas y pecadoras (2008), Tamara Kamenszain (1947), Diana Bellessi (1946- ) y Mercedes Roffé  (1954- ).


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